Los Reyes Magos es mi día favorito de Navidad, y la Noche del cinco de enero probablemente sea la noche que más me gusta del año. Tengo que admitir que en todo lo relativo a Sus Majestades he sido una privilegiada y siempre me han traído lo que les he pedido. Cuando nacieron mi hijo y mis sobrinos, y me tocó colaborar con los Reyes como paje, he procurado que vivan lo mismo que mis hermanas y yo vivimos de pequeñas y hemos buscado sus regalos ayudadas por pajes en medio mundo. Os cuento mi fiesta de Reyes y cómo conocí a Gaspar.

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Los Reyes Magos

La tradición de la fiesta de Reyes viene de mi abuela materna, que era el día que más celebraba. Nosotros, que vivíamos en Murcia, íbamos a Madrid para pasar Reyes en su casa. La emoción al recordar la noche del cinco de enero en casa de la Yoya, que así llamábamos a mi abuela, todavía me encoge el estómago.

Era una casa inmensa y, después de cenar, hacíamos una procesión desde el salón hasta su estudio de pintura, cada uno alzando su zapato, reluciente, en la mano derecha y cantando una canción, que seguimos cantando ahora en casa de mi madre. Cuando vamos a poner el zapato en la canción decimos a los Reyes que esperamos que nos traigan muchos regalos y a la mañana siguiente cantamos la segunda parte en la que les comunicamos que vamos a recogerlos. En la procesión participamos toda la familia, las personas que en ese momento trabajan en casa o cuidando a los niños y a veces, amigos.

La casa de mi abuela tenía suelos de madera, que crujían muchísimo, y desde mi cuarto se oía un movimiento de suelos que, imagino, yo aumentaba y que me hacía pensar que estaban los Reyes, e incluso alguno de los camellos, dentro de la casa. Además de los regalos que dejaban en el Estudio, Sus Majestades depositaban debajo del árbol del hall principal los de mis tíos y primos que venían al día siguiente a recogerlos y entonces comíamos todos juntos. Eran horas de trasiego nocturno que yo oía conteniendo la respiración.

Los Regalos

A la mañana siguiente, nada más levantarnos, hacíamos de nuevo la procesión para recoger los regalos. Recuerdo mi zapato siempre rebosante de regalos y, dentro del propio zapato, algún billetito, sugerencia a Melchor de mi abuela, que de pequeña me hacía sentirme rica, riquísima, y en la adolescencia me abría la puerta al mundo de las rebajas para volver a Murcia llena de modelos nuevos ¡imaginaos a esa edad!

Como mi abuelo era mi padrino, en su carta insistía a los Reyes sobre lo que yo más interés tenía en que me trajeran y, claro, con tanta insistencia, siempre me lo traían, además en la versión más moderna y sofisticada del juguete, tanto que yo ni tan siquiera había podido imaginar que existiera. Él me lo entregaba personalmente porque lo habían dejado en su zapato y yo casi me moría de ilusión. Cuando empecé a crecer, y tenía que elegir él sin mi carta, el regalo se transformó en cosas de señorita, todavía recuerdo su último regalo, un pañuelo de seda precioso en tonos verdes, que guardo como un tesoro.

Conocí al Rey Gaspar y nunca me han temblado más las piernas que esa tarde del cinco de enero.

Tendría ocho o nueve años, la edad no la recuerdo muy bien, cuando me contaron en Mula, donde yo vivía todavía, que era muy difícil que los Reyes Magos existieran de verdad. Creo que esa noticia es la primera gran decepción de la vida y fui corriendo a contárselo a mi madre a punto de ahogarme de tristeza. Ella, tras consolarme como pudo, se lo contó a mi abuela.

Al llegar a Madrid  la Yoya me dijo «vístete muy guapa, de azul (que era como siempre quería que me vistiera para salir con ella) que nos ha invitado el Alcalde a recibir a los Reyes en el Ayuntamiento. Como ya eres mayor puedes acompañarme a la recepción que les organizan a la llegada de Oriente».

Si esto ya es más que emocionante para una niña, imaginaos en un momento en el que la cabalgata de Reyes era la de Madrid. Los Reyes no se prodigaban como ahora que te los encuentras en cada Corte Inglés y, si te descuidas, en la puerta de cualquier frutería que se precie, tenían otra solemnidad.

Llegamos al Ayuntamiento y esperamos a los Reyes. Llegaron los tres, subieron al balcón, saludaron a los niños y entraron a la sala donde les esperaban las autoridades e invitados a la recepción. Yo no podía ni pestañear y, de repente…. Gaspar, que es mi Rey Mago más querido, me mira y dice «Marién ven conmigo», ¡me llamó por mi nombre! Se sentó, me cogió en brazos y me preguntó «¿por qué tienes dudas sobre nosotros? ¿Qué te hace pensar que no podamos repartir los regalos a todos los niños?» No recuerdo si puede contestar, todavía me tiemblan las piernas al pensar en ese momento. Sólo quería llegar a casa y llamar a mis amigas a Mula antes de que se acostaran ¿y si no les traían nada por incrédulas?

Ahora los Reyes solo tienen una dirección familiar, sigue siendo la de casa de la abuela materna, en este caso mi madre. Mi hijo hace el viaje al revés. Pasa los Reyes en Mula porque los Reyes y sus pajes dejan ahí los regalos para él y para todos sus primos. No importa si ya son mayores, yo estuve en brazos de Gaspar y en casa todos lo saben.

¡FELICES REYES!