Delicias pintadas, tercer itinerario por El Prado

En este post continuamos con esta visita guiada que nos está haciendo Belén G. Naharro con motivo del los 10 años del blog. Por lo que me vais diciendo creo que la estamos disfrutando mucho, así que seguimos. Hoy, Delicias pintadas, tercer itinerario por el Prado.

 

Delicias pintadas, bodegones del Museo del Prado

Juan Fernández: “Bodegón con cuatro racimos de uvas”, hacia 1636

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Conocido como El Labrador

Hablamos de un misterioso pintor del que solo sabemos que gustaba de vivir en el campo y que desde allí se trasladaba a la corte en una carreta para vender sus cuadros. 

Los frutos del mundo rural eran su inspiración, y a ellos otorgaba cualidades casi místicas. Entre esos frutos manifiesta un claro interés por las uvas, que adornadas con una iluminación claroscurista nos sorprenden por el engaño entre la pura ilusión y la realidad. Gracias a los bodegones podemos conocer la variedad de frutas consumidas en las diferentes mesas. Sin duda, las uvas ocupan uno de los primeros puestos entre los alimentos representados en las naturalezas muertas: en mesas preparadas para el banquete, relacionadas con la Eucaristía y en sencillas o magníficas cestas. 

El cacereño realiza algunos de los más bellos bodegones con racimos de uvas colgando de un cordel. Sin comensales, nada distrae de lo principal. El racimo de uvas es emblema de la pintura desde el mundo antiguo. En un legendario relato, Plinio el Viejo cuenta la disputa pictórica entre Parrasio y Zeusis después de que éste pintara unas uvas con tal perfección que las aves volaban hacia ellas y se estrellaban contra el lienzo. Sin duda, las de Fernández son capaces también de engañar a los sentidos.

Mediante una atenta y concienzuda mirada, el pintor nos regala las distintas variedades conocidas e incluso su grado de maduración. Esféricas y cristalinas uvas penden de sus sarmientos, permitiendo que el espectador se traslade a un parral que mediante el aroma imaginado y el exultante color de las uvas sugiere jugosidad y dulzor para el paladar. 

Geometría aparentemente casual, natural, espontánea. Engaño visual.

Juan Van der Hamen  “Cesta y caja con dulces”, 1622  

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Este pintor español creó una tipología de bodegones en la que los alimentos estrella son apetitosos y delicados dulces. Con las frutas de pulpa firme se hacían jaleas y carnes que se guardaban en cajas redondas de tiras de castaño como la que apreciamos en esta obra, y en cajas rectangulares de madera.

Esta composición se considera una de sus obras maestras

y nos permite entrar de lleno en dos cuestiones primordiales: la primera es que los dulces no pueden faltar en ninguna recepción notable, y la segunda, y quizá más importante, es la norma de la hospitalidad y el agasajo de los invitados en el hogar. Ambos conceptos dan lugar al desarrollo del arte de la repostería en la alta sociedad madrileña. En la época en que se pintó esta obra los dulces no eran baratos, se reservaban para la merienda o el refresco en la ciudad, para los días de “repique” o las fiesta de pueblos y otros lugares. En la pintura de este creador vemos siempre orden, contención, simetría, calma. Solo perturba el silencio el blanco reluciente de los confites. El azúcar se desparrama por doquier creando una auténtica sinfonía para los golosos. Si bien serán muchos los artistas que continuarán realizando este tipo de bodegones, el virtuosismo del maestro hace que sus obras sean irrepetibles.

 

Juan van der Hamen: “Bodegón con dulces y recipientes de cristal”, 1622

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¿Qué contemplamos en esta escena? ¿Una merienda?, ¿un pequeño refrigerio? La mesa está dispuesta. Sobre un fondo oscuro y en una sencilla superficie de madera, los objetos acaparan nuestra atención. A través de un delicioso y casi espiritual juego de luces y sombras el artista va conduciendo nuestra mirada de una forma serpenteante de un lado a otro de la composición: del cálido coral del barro a los relucientes cristales y finalmente a los apetitosos dulces.

Las frutas escarchadas se pusieron de moda en el Madrid de Felipe IV

y sirvieron para provocar el asombro de la corte y de toda Europa. El escarchado de las frutas con azúcar facilitaba su conservación y endulzaba su sabor. Todavía hoy se trata de un postre exquisito que puede tomarse solo o como acompañamiento. Es uno de los manjares típicos de Navidad, solo o como adorno del roscón. Se cuenta que el conde duque de Olivares colgaba en los jardines del Buen Retiro frutas escarchadas para deleite de sus invitados y como muestra de la magnificencia de su rey. Durante el invierno, una de las representaciones mas asombrosas consistía en aprovechar la noche para colgar de los árboles flores y frutas escarchadas, de modo que por la mañana los cortesanos pudieran celebrar el cambio de estación y admirar la grandeza del monarca.

La obra pudo pintarse para una sobrepuerta en un comedor donde invitaría a la degustación y el disfrute de tales manjares. Barquillos y aloja, una bebida de origen morisco de aguamiel y especias aromáticas que se obsequiaba a los invitados de la casa. Quizá la fragancia de ese dulzor acapara la tención de las moscas que revolotean alrededor del frasco y que es sin duda una erudita referencia a la figura de Zeusis y su genialidad para el engaño. Una de las moscas ha sido presa ya de su interés por la golosina mientras su compañera anda revoloteando intentando probarla.

El mismo Lope de Vega dedica unos sonetos a la capacidad imitativa de Van der Hamen, indicando que hizo quejarse a la misma naturaleza.

Disfrutad que unos días compartiré el último paseo 

 

Marien Ladrón de Guevara

LA AUTORA :

TE VEO EN MADRID es el resultado de mi inquietud por descubrir y disfrutar de todo lo que nos ofrece la vida unido a un enorme deseo de escribir...[+ info]

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FECHA DE PUBLICACIÓN: 18 May.2020

SECCIÓN: Cultura y arte, CULTURA Y ESPECTÁCULOS

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Comentarios:

  1. Ana dice:

    Fantástico este tercer recorrido por los bodegones, por un momento me he sentido de paseo por el mismo museo. Gracias!!

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